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El descenso ya es un hecho: las claves de una temporada mediocre

Tras la derrota en Marbella, el descenso a la Segunda RFEF es un hecho, a falta de la ratificación la próxima jornada. Analizamos todas las claves del desastre, de mayor a menos grado de culpabilidad.

El Recreativo de Huelva ya está virtualmente descendido. Solo falta la confirmación porque la probabilidad matemática es mínima, casi residual. El castigo parece inevitable tras una campaña donde el Decano nunca tuvo opciones reales de permanencia, en una categoría de por sí discreta. El fracaso no se puede explicar con una sola causa, pero sí se resume en una palabra que lo atraviesa todo: mediocridad. Así ha sido esta temporada en todas sus vertientes.

Una planificación deportiva que desnudó al club

Tras una campaña anterior que rozó la excelencia en un año de transición por el cambio a nivel de gestión, era imprescindible consolidar una base sólida para dar continuidad al proyecto. Lejos de eso, se cometieron errores de bulto desde el verano. La política de fichajes fue errática: renovación de jugadores veteranos sin garantías, incorporaciones de futbolistas sin experiencia en la categoría y vacantes sin cubrir pese a tener la plantilla casi completa. Incluso llegaron jugadores que ni debutaron. Las recomendaciones del cuerpo técnico no fueron atendidas y, lo peor, nadie alzó la voz para reconducir el rumbo. En invierno, cuando tocaba corregir de la mano del futuro propietario, las llegadas no mejoraron el panorama. El despropósito fue mayúsculo.

Una plantilla sin recursos ni respuestas

El vestuario ha sido largo en número, pero corto en soluciones. Faltó nivel competitivo y, aunque no se puede negar el compromiso de muchos, la calidad brilló por su ausencia. Algunos se vieron superados por la presión de vestir la camiseta del Decano, otros simplemente no estaban preparados. Con solo 31 goles en 36 partidos, queda retratada la incapacidad ofensiva de un equipo que cambió de sistemas y estilos sin hallar el camino. Faltó fútbol, ideas y, sobre todo, talento.

Tres entrenadores y ninguna solución

Ni Abel Gómez, ni Íñigo Vélez, ni Galbarro fueron capaces de enderezar el rumbo. La dirección técnica pasó de un bloque continuista a otro defensivo, apostando por cerrar los partidos y minimizar daños. Solo se logró una racha de empates y la sensación constante de estar atrapados en los puestos bajos. Con la llegada del técnico del filial, se intentó un giro con canteranos, pero el intento llegó tarde y sin efecto. Ninguno logró dotar al Recre de una identidad o fortaleza real.

Un Consejo ausente y desconectado

La gestión institucional ha estado a la altura de lo que se ha visto en el campo. La falta de conexión con el recreativismo ha sido evidente durante todo el curso. Ni una apuesta firme por llenar el Colombino con promociones agresivas ni decisiones valientes en los momentos clave. Todo esto en medio de una parálisis que tuvo como telón de fondo la eterna sombra de los líos judiciales y un consejo de administración que nunca supo tomar el mando en los momentos clave.

Un proceso de venta con más sombras que luces

El proceso de venta del club fue una losa desde el minuto uno. La sentencia que anuló la expropiación activó un terremoto jurídico, político y deportivo que paralizó al Recre. El miedo a denuncias de Pablo Comas condicionó decisiones clave. La entrada del nuevo grupo inversor fue tibia, sin pasos contundentes ni respaldo firme desde el Ayuntamiento. Tres juntas de accionistas hicieron falta para cerrar una operación que, a día de hoy, sigue generando dudas. ¿Quién manda realmente? ¿Y quién responde si el barco se hunde?

Un entorno desorientado

En un año tan duro como este, también toca autocrítica en el entorno del club. Desde los medios -donde algunos también pecamos, entre ellos esta casa, de contención- hasta una parte de la afición que desapareció en los momentos difíciles. Nada que reprochar a los fieles de siempre, los que siguen en cada partido, dentro o fuera de casa. Pero sí se ha notado una falta de espíritu crítico y de reacción en las gradas. A veces se ha esperado demasiado tiempo, con la esperanza del milagro, cuando lo que hacía falta era exigir antes de lamentar.

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