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El credo de Morilla: competir siempre, ganar por encima de todo

Acudir como contertulio a La Jugada de Canal Sur Radio Huelva fue, en cierto modo, como abrir una ventana a la trastienda del Recreativo de Huelva. Allí estaba Pedro Morilla, el hombre que ahora porta el timón del Decano, recién salido de una victoria trabajada en Estepona, con la serenidad de quien sabe que el camino es largo pero que cada paso cuenta como si fuera oro.

Sentado frente a él, uno podía advertir que no se trata de un técnico de manuales modernos ni de frases huecas. Morilla se muestra cercano, llano, sin imposturas. Un entrenador que sabe que el fútbol no se gana en las pizarras de PowerPoint ni en el exceso de terminología 'panenkita' que tanto gusta en el balompié actual. Y, sin embargo, no es un hombre anclado en el pasado. El paso por el fútbol chino, con la dificultad de convivir con una cultura distinta y una barrera idiomática casi inexpugnable, le curtió como pocos. Como aquel marinero que navegó mares desconocidos y aprendió a guiarse por las estrellas cuando la brújula parecía no servir de nada.

A Huelva ha llegado con las ideas claras. Agradecido, consciente de que le han puesto en las manos una oportunidad única, la de dirigir al Decano. Aquí no viene a experimentar, viene con un plan, con la experiencia de un 'perro viejo' que ha vivido de todo, que ha pasado por vestuarios de todo tipo, que ha visto la cara amable y la amarga de este deporte. Lo dice él mismo sin titubeos: "En el fútbol lo mejor siempre es ganar. A veces será bonito, otras no tanto, pero lo importante es competir y sumar. Y si es de tres en tres, mejor". Un mensaje que suena como un martillazo en la mesa de los realistas: el fútbol es de resultados, y en un club como el Recre, con el ascenso como reto, no hay margen para excusas.

Lo que más me llamó la atención fue su manera de entender el trabajo en equipo. Sabe escuchar, sabe delegar, porque tiene la certeza de que cuatro ojos ven más que dos. Esa es una virtud que en el fútbol actual, tantas veces contaminado por el ego, se convierte en un tesoro. Morirá con sus ideas, sí, pero no se encierra en su torre de marfil. Y eso, para una afición que se reconoce en la humildad y la lucha, es un guiño que cala hondo.

Morilla ha firmado solo por una temporada. Su futuro depende de un ascenso. Pocos se atreverían a jugarse todo a esa carta, pero él lo hace sin miedo, como quien sabe que la vida, y más en el fútbol, se vive de presente. Habla de finales cada semana, cuando aún estamos en el arranque de la competición, y lo hace porque sabe que la afición del Decano no entiende de plazos ni de atenuantes. Este club es como una vieja locomotora: siempre exigente, siempre rugiendo, siempre esperando que el conductor no falle.

Al salir de la tertulia me quedó una sensación clara: Pedro Morilla ha entendido lo que significa sentarse en el banquillo del Recreativo de Huelva. Ha captado que no se trata solo de once jugadores en un campo, sino de una ciudad entera que late con cada resultado. Un desafío mayúsculo, sí, pero él ha demostrado que no se asusta ante la misión que tiene entre manos.

Y eso, créanme, para los que llevamos el albiazul en la sangre, es ya un primer gol.

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